jueves, 22 de mayo de 2014

Declaración de principios


Cuando la injusticia se normaliza, no solo construimos una sociedad injusta, sino también absurda. Es absurdo dejar las soluciones en manos de quienes crean los problemas. Es absurdo anteponer la ley a la ética o el orden a la justicia. Y es absurdo constatar la degradación democrática de un sistema, al mismo tiempo que se le obedece en nombre de la democracia. Sin embargo, lo absurdo nos rodea. Es más, lo mantenemos. La pregunta clave no es ¿qué hacer? sino ¿qué estamos haciendo? Y la respuesta constata lo absurdo: estamos dando de comer al monstruo del que desearíamos librarnos.

Sentimos pasión por la ciencia, amamos la educación, vivimos la universidad. Desde esa constancia, hemos decidido dejar la barrera desde cuyo dorso observamos lo que ocurre y saltamos al terreno en el que se toman las decisiones. Nadie nos preguntó si queríamos destruir lo público, si nos parece bien desactivar la investigación, precarizar la docencia, transformar la educación en instrucción o el aprendizaje en un estrés formativo continuo. Quienes han creado los problemas a su vez deciden en nuestro nombre expulsar a la creciente mayoría de los no elegidos, y abandonar el objetivo innegociable de trabajar en la construcción de un mundo digno de ser vivido. No nos preguntaron. Y no lo harán. Por ello, sin pedir permiso, hemos decidido comenzar a jugar otro juego, y de hacerlo desde nuestra convicción de miembros de la universidad, al estilo académico.

No era previsible que al final del curso, cuando asoma el temor de los exámenes y la promesa de unas vacaciones, que aconsejan a cada cual centrarse en su propio pellejo, nos embarcáramos en una acción colectiva. No era previsible salir a la calle y realizar las clases bajo un sol que abrasa, a pulmón abierto, sin más asiento que la dignidad. No era previsible que los últimos de la cola decidieran romper la cadena de obediencias que esclaviza a un sinfín de mandos intermedios. Por eso este es un movimiento de esperanza. Cuando la injusticia se ha normalizado, necesitamos gestos fuera de lo normal. Cuando la certidumbre es deprimente, solo hay esperanza en lo inesperado. Aun cuando este y otros actos de resistencia se califiquen de inútiles, reivindicamos la libertad de diseñarlos, realizarlos y dignificarlos. Somos humanos y renunciar a la
coherencia de luchar contra los absurdos que nos asfixian sería tanto como deshumanizarnos.
¿Qué sentido tiene salir a la calle con nuestras clases u organizar una maratón ininterrumpida de actividades publicas universitarias? Permitidnos responder con otra pregunta: ¿Qué sentido tiene quedarse dentro de los muros de la universidad que todavía permanecen en pie, observando impasibles la degradación de las condiciones de aprendizaje, de la rebeldía científica, de la necesidad de lo público?
No esperamos contagiar. Un acto coherente es suficiente en sí mismo. Esa libertad, esa satisfacción, esa dignidad, no nos la quita nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario